No puedo quejarme de mi infancia, fue bastante normal y tranquila. Mi padre es un famoso novelista y mi madre una aclamada actriz, por lo que ambos tenían unas vidas demasiado ocupadas como para educar a un niño tan inquieto y talentoso como yo. La gran mansión en la que nací fue la mayor testigo de mi crecimiento a lo largo de los años, años en los que me cobijé entre pesados tomos novelescos, teatral atrezo y un letal y anodino aburrimiento. Su pacífica ubicación en una retirada isla en el Easth Blue acentuó dicha forzosa tranquilidad.

Es por eso que, en uno de esos solitarios días en los que me ataviaba y modelaba con las prendas más excelsas de mis progenitores, de ambos, descubrí que uno de los vecinos de la zona era un okama retirado de una vida pasada de la que no quería mentar detalle. Mis frecuentes visitas a su parcela y su inusitado carácter fueron los que acabaron por hacernos amigos de tiempo libre. Fue él el que me instruyó en el mundo del arte, de la liberación y del ejercicio físico; "nuestro cuerpo es un hermoso templo, que a la par de bello, puede ser letal". Fue la mezcla de nuestras soledades la que dio lugar a lo que soy hoy día.

Ese contexto me permitió crecer de la forma en la que yo quisiese, nada nunca me ha limitado, salvo usar hombreras o pantalones de camal estrecho... A muy temprana edad destaqué en el modelaje y la actuación y, gracias a los círculos en los que se movían mis padres y varias colaboraciones con grandes marcas, coseché la fama suficiente como para adquirir el rango de superestrella. Y aquí me tienes, viajando por los diferentes mares, viviendo una ocupada vida llena de focos, teatralidad y belleza. Mis padres, a pesar de poseer también categoría de estrellas en sus respectivos campos, siguen mis pasos y me apoyan a su curiosa y entrometida manera. No obstante, recientemente he sentido que mi vida poco a poco se aleja de los escenarios para aproximarse a un mundo más real y vivo.